El olvidado enigma de Avellaneda
"Avellaneda", abulense.

 

 El investigador e historiador abulense Arsenio Gutiérrez Palacios defendió que: "Avellaneda" era un sacerdote abulense del siglo XVII cuyo nombre era Alonso Fernández Zapata, párroco de la localidad abulense de Avellaneda, entre 1597 y 1616, según publicó en El Diario de Ávila del año 1967. Gutiérrez Palacios aportó una serie de documentos que pretendían probar estas afirmaciones.

  El historiador e investigador abulense defendía que sólo una persona muy vinculada a Ávila podía conocer el detalle algunos de los acontecimientos que se narran en esta obra. La primera prueba lo aportó sobre el episodio de los Felices Amantes, en el que una monja de clausura es raptada de su convento. Esta historia ocurrió de verdad en el convento de Santa Catalina de Ávila, según la documentación aportada por Gutiérrez Palacio. «La monja del hecho real se llamaba Doña Luisa Dávila y Briceño -dice el historiador-.

 

La otra monja que se cita en el cuento de Avellaneda, tiene por nombre Catalina, en el que vemos una clara alusión al convento en que ocurrió el hecho real. La terminación o feliz epílogo del cuento y del suceso histórico abulense, es igual: ambas monjas vuelven al convento, sin duda alguna a impulso de sus libres voluntades, y las dos realizando cuantiosas donaciones para obras piadosas».
 

  Defiende, por otra parte, el investigador abulense que uno de los personajes más ensalzados por Avellaneda en su Quijote es el soldado Antonio de Bracamonte, muy ensalzado por Avellaneda, existió y vivió en Ávila por los años en que se escribió este Quijote, publicado en Tarragona en el año 1616. Alonso Fernández Zapata fue párroco de Avellaneda entre los años 1597 y 1616, «según consta en el Libro Becerro del extinguido convento de Piedrahita, folio 8 y 10, del año 1657», menciona Gutiérrez Palacios en su escrito. Y añade que «este sacerdote sufrió varios procesos como clérigo y otro por curar con palabras supersticiosas y ensalmos, cuando estaba ordenado de menores, siendo en todos ellos severamente amonestado y castigado con todo rigor de
derecho, con el pago de las costas correspondientes a cada pleito».

  Por las circunstancias mencionadas y aunque sólo sea por el nombre, el pequeño pueblo de Avellaneda bien hubiera merecido un reconocimiento entre los actos celebrados. Una nueva oportunidad se repetirá en el año 2016, cuando se cumpla el cuarto centenario de la publicación del Quijote de Avellaneda. Aún hay tiempo para desfacer entuertos...

FUENTE: Diario de Ávila

 

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